A. Colinas, Café Novelty, Salamanca noviembre 2012
Este año los
poetas han ocupado diferentes lugares de la Plaza Mayor, para lanzar al viento
los poemas dedicados a Miguel de Unamuno.
Poetas en el
cielo…
Os dejo aquí
el magnífico poema dedicado por Antonio Colinas a Unamuno.
Es un poema
largo, donde se dan unas pinceladas sobre la ciudad en la que vivía Unamuno, la
situación política del momento, enmarcado en el inicio de la guerra civil, su situación
personal, su sentir religioso y esas eternas dudas existenciales que
acompañaron siempre al escritor.
Es un poema tremendamente duro, pero a la vez
tierno.
Unamuno nos
hace partícipes, y nos involucra en su
sentir y en su pensar en los momentos antes de su muerte.
No podemos
más que sentir compasión por él, ganas de consolarle y acompañarle en ese duro
trance.
Llega a la
conclusión de que solo en la muerte encontrará la paz.
¿la ha
encontrado D. Miguel?
Leedlo
despacio.
Tarde del 31
de diciembre de 1936
Piensa el sentimiento siente el pensamiento.
M. Unamuno.
En esta
última hora, debo pensar el sentimiento
para
neutralizar el combate atroz de mi carne con el más allá,
el combate
de lo que pronto habrá de ser mi tumba
con el más
allá.
Debo pensar
el sentimiento
para llevar
mi razón y mi libertad
al límite
extremado del fuego y del hielo.
Pero
también, en este desamparo
-como quien
juega su última carta –
debo sentir,
sentir mi pensamiento,
enternecerlo,
acunarlo como a niño,
llorarlo,
compadecerlo, perdonarlo,
para que
emoción, dulzura y piedad
neutralicen
en mí definitivamente
la
inutilidad de la razón furiosa.
¿dónde el
término medio de los filósofos,
el hueco, o
nido o regazo
de la
madre-esposa, de la esposa-madre,
para que
pudiera al fin adormecerse
el niño que
yo fui, el niño que (acaso) aún yo soy?
Se estrelló
mi palabra con la piedra del mundo.
Mi razón ya
no puede ordenar
el oro y la
sabiduría de estos muros;
mi razón
poderosa no me pudo salvar del laberinto
de esta
ciudad que – siempre, siempre,
a través de
las agujas con nieve de sus torres-
me llevaba a
un más allá
de
angustiosos vacíos
Y sin
embargo, cómo se apaciguaba mi razón
si me
asomaba a lo hondo del pozo del claustro,
cuando oía
murmullo de agua de fuente,
cuando
sacaba a apacentar mi espíritu
por las
ásperas cumbres,
por senderos
ateridos y amoratados,
bajo los
cementerios en llamas del cielo.
Siempre
quise, pero en realidad no pude,
pensar mi
sentimiento, sentir mi pensamiento.
Mas ahora lo
que siento es la derrota de mi cabeza
sobre el
abismo de esta mesa camilla
y cómo se
desorbitan mis ojos
sedientos de
verdad, sedientos
del infinito
afán de conocer.
Los Hunos y
los Hotros desgarraron mis labios.
Cristo: ¿qué hay detrás del agua negra
de la
catarata de tu cabellera?
retírala un
momento con tu mano sangrante.
(si
quisieras, lo podrías hacer arrancando tu mano
del clavo del
madreo.)
Desvélame
Qué puede
haber detrás
de tu dolor
y el mío,
de tu noche
y mi noche.
¡Desvélame
el Misterio!
Hay frio
cainita este mes de diciembre por las calles.
Arde el
brasero a los pies de mi soledad,
pero se está
extinguiendo por minutos
la brasa de
mi vida.
Mis manos ya
no pueden sostener mi cabeza.
Mis nervios
y mis huesos ya no sienten
sed de
inmortalidad,
( ni tampoco
la lepra de la envidia).
¿Hacia
dónde irá ahora mi alma?
En este
terrible límite del tiempo que se escapa
ya no sé si
pensar o sentir,
si sentir o
pensar.
Después de
tanta ardua batalla, solo sé
que, si
pienso mi muerte,
la siento
ascender por las venas
como una paz
perpétua.
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