MENUDESPLEGA

lunes, 2 de noviembre de 2015

Contra la persecución de los crisitianos en el mundo

El día 4 de octubre, tuvo lugar en Salamanca un acto “Contra la persecución de los Cristianos en el mundo”.

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Con este humilde artículo, mi voz se une a la de quienes, hoy alzan su voz para denunciar la barbarie.
En el marco incomparable de la iglesia románica Santo Tomás Cantuariense, la cofradía Cofrade Pasión de Salamanca, ha querido recordar en un acto poético-musical, en el día de San Francisco de Asís, a los cristianos que sufren persecución en el mundo, así lo ha expresado su presidente Félix Torres, que pide que la movilización de los cristianos no caiga en el olvido.

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Se une a este sentimiento José Manuel Ferreira Cunquero, alma mater de esta iniciativa, el pintor Andrés Alén autor del cartel, cuya contemplación, no nos deja indiferentes y la música del dúo formado por Rubén González Martín y Antonio Santos.

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En torno a este acto, nos convocaron los poetas Antonio Sánchez Zamarreño, Mercedes Marcos, Asunción Escribano e Isabel Bernardo, que con sus versos quisieron expresar su solidaridad con el que sufre, y reivindicaron el derecho de cada persona a profesar su fe sin temor.
Puedo decir sin equivocarme, que las personas que asistimos al acto, hicimos nuestras las palabras de los poetas y que al igual que ellos, sentimos en la piel el dolor ajeno que denunciaban.

Estos son algunos versos de estos poetas comprometidos con la causa común que nos reunió a todos, denunciar la situación que están atravesando nuestros hermanos en la fe, para que pare la sinrazón e impere la cordura.



Isabel Bernardo:

P1100382Fragmento de ”Poeta del sol”
No sé ser sino poeta de la luz, /un alma en fuga/que va tras la sinsombra de los astros/y tras las horas/del mañana y el nuevo día.
No sé ser sin ser,/ser rama sin árbol, o agua sin río,/ser invierno sin nieve, o llanto/sin lamento o lágrima./No sé ser poeta sin oración/ y sin palabras./No sé negar siquiera/que tras la voz de este poeta hay una muchacha/que busca, desesperadamente, a Dios/ para poder sobrevivir.
 
 

Asunción Escribano:

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Fragmento de ”Conciencia”
La muerte de uno de nosotros/ es la muerte de todos los hombres./La herida de uno de nosotros/es la herida de toda la humanidad./El miedo de uno de nosotros es el miedo del universo.
…Ya no puedo reír, si no ríe a mi lado,/ o en la distancia, mi hermano./Hermanado no de genes, sino de soles,/de esperanzas y sueños compartidos./Sin ideologías que vallan el contacto/tierno de la piel y del amor.
 
 

Mercedes Marcos:

P1100393Del poema: Aprendizaje del martirio  
Reconstruyo los días de mi infancia/ mientras leo/ que los niños de Siria ensayan muertes/ a la orilla del mar/ y aprenden a ser mártires cuando juegan/ a perdonar mirando a sus verdugos/ y a morir/(¡qué juegan a morir!)/con el nombre de Cristo entre sus labios.
De su poema:  “El que acompaña al perseguido”
Nos lo han quitado todo / menos la fe. No saben/ que en esta soledad habita un ángel/ que canta con nosotros, nos abriga/ de tanta incertidumbre a la intemperie/.
 
Del poema:”Lo mejor del día”
Todos los días rezo, pero ahora,/este rezo me sangra en la garganta.
…No me dejes rezar, Señor, hasta que vuelva/a poner el corazón en las palabras./Y cuando lo mejor del día/sea haber sido cristiano,/convierte en oración el verso/que aprendí de los labios de mis padres.
 
Sánchez Zamarreño:  

P1100395"decidlo sin piedad: el hombre que mata a un hombre/ lleva en sus manos el cadáver del universo: / chorrea sangre de hormiga y sangre de delfín y sangre de sequoia. Al fin todas las sangres serán una única condena/ y ese crimen se espesará como un bosque de crímenes/ y un inocente degollado le gritará ¡deicida! desde todas sus bocas,/ desde todos sus puntos cardinales, /desde sus venas puestas del revés".

 
 
 
 

Mientras haya un solo hombre perseguido por causa de su credo, la tertulia Cofrade Pasión seguirá manteniendo este acto, para que el sufrimiento de nuestros hermanos no caiga en el olvido.
Nace este acto por tanto con idea de continuidad, pues la persecución religiosa viene de atrás y resurge con virulencia en estos tiempos convulsos que estamos viviendo.

Ojalá no tuviéramos que realizar ningún acto más como éste, de dolor por el sufrimiento de un hermano.

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Sánchez Zamarreño, poeta y profesor de la Usal, fue el encargado de leer la “Primera proclama por la paz”.
Analizó la situación que sufren los cristianos en estos momentos tan difíciles que estamos viviendo.
Gracias a los poetas por prestarme sus versos y al profesor Sánchez Zamarreño por facilitarme el documento escrito para la ocasión: Primera proclama por la paz.
Podéis leer el documento íntegro a continuación.

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POR LA PAZ
Los cristianos españoles venimos, históricamente, de martirizar y de de ser martirizados. Lo primero nos envilece y suplicamos perdón por esa culpa original, avergonzados aún de la Madrastra que, en los siglos oscuros, repudió y exterminó a sus hijos por ser diferentes y por querer seguir siéndolo. Lo segundo debería hacernos compasivos con quienes ahora-fuera de nuestro país-sufren persecución por ser fieles a las encomiendas de Cristo. Dios no necesita ni puede querer sangre de mártires. Dios necesita hombres y mujeres que, en la cumbre de las Bienaventuranzas, trabajen por la paz, sean coherentes con el Evangelio, pongan los ojos en el buen samaritano y dejen, cuando oigan su nombre detrás del telón, un mundo algo más habitable.
No. Dios, que es todos los dioses, no quiere mártires. Pero aquellos que padecieron violencia por causa de su nombre serán siempre los más venerados. Y aquellos que la ejercieron contra su nombre serán responsables ante la Historia de haber contribuido servilmente a la entronización de la ignominia.
Hoy, nadie que esté medianamente informado, puede ignorar lo que sucede muy cerca de nosotros. Tan cerca que está afectando a miembros de nuestra propia casa espiritual, a hermanos que profesan nuestra propia fe. El planteamiento es sencillo: según la doctrina de Jesús, desarrollada pronto por san Pablo, sus seguidores formamos un solo cuerpo cuya cabeza es Cristo. Asó lo creemos. Pero ¿así lo sentimos de verdad? Ciertamente, en las comunidades cristianas de todo el mundo se viene recogiendo, de una o de otra forma, esa sangre de mártir para depositarla todos los días en la patena de nuestras ofrendas. Comunitariamente, digo, se ora por las víctimas, se comparte el estremecimiento por actos tan atroces y se asume el sacrificio de nuestros hermanos como lo que está siendo: el penúltimo sagrado eslabón de un interminable martirologio.
Ahora bien: si, comunitariamente, la iglesia honra a quienes merecen ser honrados y los esculpe en su recuerdo de madre memoriosa, no me parece que, en estos momentos, la memoria individual del cristiano se mantenga tan fresca. Porque, preguntémonos: más allá de esos homenajes sobrevenidos en la eucaristía semanal, ¿yo, tú, cada uno de nosotros como partes de la vid, percibimos que se nos amputan miembros nuestros, de nuestro propio organismo moral? ¿De veras nos sentimos interpelados por ello, al margen de los escalofríos de una foto en portada? ¿No actuaremos a veces como si todo estuviera sucediendo fuera de nuestra pecera de plástico, tan confortable, tan previsible, tan segura, tan aséptica?
Pero, por otra parte, ¿qué podríamos hacer? También antes y ahora los cristianos masacrados dieron respuesta a esta pregunta. Injertaron el corazón de los mártires en el corazón de los vivos e hicieron de aquellos memoria permanente, no tanto para morir con valentía si les llegaba el turno cuanto para vivir con todo el ser ubicado en la luz. Qué pobre sería un cristianismo que olvidara a sus mártires. Y ¿no correremos hoy ese riesgo? El hombre contemporáneo cultiva la desmemoria con la convicción, tan pueril como soberbia, de que sus ingenios electrónicos recordarán por él. Pero la memoria de lo sagrado no debe confiarse a las máquinas. Hay que rejuvenecerla cada día en nuestros santuarios interiores y llevarla continuamente encendida. Cada uno de los que fueron inmolados por Cristo es nuestro domingo de gloria. Quiero repetirlo: Cristo no quiere mártires, no necesita mártires, pues Él fue, allá en la cruz, el único mártir necesario. Pero nosotros debemos seguir recogiendo la nueva sangre vertida por la sinrazón y el fanatismo, diluirla en la sangre del Gólgota y custodiarla como luminosa levadura pascual.
Y a la sombra de estos mártires cuyos nombres no conocemos, pero cuyas raíces sostienen ya nuestra fe, queremos reiterar estos cinco puntos sobre los que se fundamenta nuestro pensamiento humanista y cristiano:
1º.-Como seguidores de Cristo estamos obligados al perdón. Pero el mismo Evangelio que nos urge a perdonar nos exige también, sin excusas, un compromiso nítido con la justicia. Perdonemos, pues, pero sin dejación alguna de ese otro deber profético. Y el profeta debe seguir saliendo a los descampados y a las avenidas para llamar a la intolerancia, intolerancia y a la barbarie, barbarie. Y bárbaro e intolerante es aquel que injuria, discrimina, tortura o mata en nombre de un Dios, de cualquier Dios.
2º.-Como simples ciudadanos, no podemos nosotros diseñar estrategias diplomáticas, económicas, políticas o militares que traten de contener aquella riada de salvajismo. Sin embargo, debemos ser conscientes de que hay un muro no hecho con hormigón o con alambres del que sí podemos y debemos ser artífices. Me refiero a la fortaleza inexpugnable que conformarían nuestras convicciones éticas y nuestros principios de conducta si aquellas y estos no estuvieran tan desmoronados como parecen estarlo en occidente. Ahí está nuestra debilidad. Un sistema de valores tan sórdido, tan menoscabado por nuestra indiferencia, nos hace demasiado vulnerables. Fascinados por el consumo, domesticados por el paternalismo del estado, limadas las garras por una autocomplacencia suicida, sesteamos fuera de nosotros, entregados e inermes ante quien, unilateralmente, se ha declarado nuestro enemigo.
3º.-Como demócratas europeos, afirmamos que el cristianismo constituye una de las piedras angulares de nuestra civilización. Nadie debe engañarse: atacar hoy a un cristiano, odiarlo por sus afinidades a la doctrina que Cristo predicó significa perseguir y odiar, a través de él, a todo un sistema de valores apoyado en la tolerancia y en el diálogo. El cristianismo actual, revitalizado por el Concilio Ecuménico Vaticano II y por unos papas prodigiosamente lúcidos, se sitúa ahora mismo en la vanguardia de una convivencia ejemplar. Lejos de ser una iglesia tenebrosa y ensimismada, la del siglo XXI está donde siempre estuvo la Cruz: en medio de todos los barrizales del hombre. Dentro de sus posibilidades, trata de devolver la dignidad a quien se le ha usurpado, alimenta cuerpos y espíritus, multiplica manos samaritanas, mitiga injusticias, se muestra pacífica y pacificadora, trabaja por el bien común. Estaría muy equivocado cualquiera que, al contemplar cómo es atacada, diera por supuesto que nada iba con él, indiferente al hecho religioso. Si: estaría, ciertamente muy ciego para no ver que son sus propios cimientos humanistas los que están siendo despedazados: el suelo firme de una civilización que ha costado milenios edificar.
4º.-En consonancia con estos planteamientos, es nuestro deber exigirles a los gobernantes europeos un criterio unánime en el reconocimiento y en la firmeza de dichos principios innegociables. Queremos que establezca un sistema claro de prioridades y que, en él, no tengan preeminencia los intereses económicos sobre cualquier otra consideración ética. Europa no puede renunciar a lo que es: un bastión contra la barbarie. Para ello, debe rearmarse moralmente, atender de manera preferente a la educación de sus niños y de sus jóvenes, perseverar en sus esfuerzos humanitarios, llevar a cabo una rigurosa política igualitaria, abolir cualquier indicio de corrupción personal y colegiada, permanecer firme en aspectos esenciales de su identidad y generosamente receptiva en todo aquello que sea susceptible de opinión. Así le llegará el respeto, no sólo de intramuros, sino también de cuantos, desde lejos, contemplen esa fortaleza unánime, sin una sola resquebrajadura que pueda invitarlos al asedio.
5º.-En fin, como hombres y mujeres de buena voluntad que procuramos seguir, por tradición y por convicción, las enseñanzas evangélicas, nos atenemos ahora a una de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los pacíficos y los que trabajan por la paz”. Esos son nuestros hermanos, sin excepción alguna. Donde un cristiano, un judío, un musulmán, un budista, un hinduista, un agnóstico pongan un destello de concordia, allí está mi hermano y-debo decirlo precisamente hoy-el hermano de nuestro hermano mayor, Francisco de Asís. Tomemos ejemplo de quien supo hacer la paz consigo mismo, con la familia humana y con nuestra madre serenísima, la tierra. Su potencial creador y civilizador fue tan explosivo que, ocho siglos después, millones de hombres y de mujeres reproducen en el suyo un corazón franciscano. Y a esta utopía se acoge también, sin duda, la inmensa multitud de musulmanes apacibles que fueron y siguen siendo príncipes de la música y de la jarcha, de la artesanía y del primor; que cumplen con su nobleza y con su Ramadán; que son fieles a sus obligaciones cívicas; que viven su fe con el mismo orgullo milenario con el que la vivieron, por ejemplo, sus patriarcas españoles: sin transformarla en filo de puñal o de alfanje. A esa inmensa mayoría le cabe ahora una misión decisiva: convertirse en los anticuerpos de un cáncer que corroe su propio organismo, en el malecón de una cólera que salpica de sangre sus propios espejos. Si esa vanguardia de honorables está a la altura de la Historia, será bendecida dentro y fuera. Nosotros bendecimos ya a cuantos la conforman, porque somos hijos de la misma bienaventuranza y porque creemos que, pese a tantos huracanes, la fragilidad del mundo se sostiene en cuatro ojos limpísimos que, al mirarse, se dicen sin palabras: “Te necesito, hermano”.
ANTONIO SÁNCHEZ ZAMARREÑO


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